«Albor-Sa-12» descansaba sobre una meseta azul. Su cono apuntaba a un sol extraño.
Aquél no era su mundo.
Los tres terrestres. —Briggs, A. C. Nebbia y «Old» Heide— habían abandonado la nave. Les fascinaba aquel suelo poroso, negruzco y blando, como si estuviese hecho de extrañas esporas.
Aquel mundo sideral se llamaba Geis, y pertenecía al sistema de Próxima Centauro, situado a cuatro años y medio luz del Sol.
¡Una considerable distancia, exorbitante, para que el hombre pudiera recorrerla en las antiguas espacionaves siderales!
En cambio, a bordo de la «Albor-Sa-12», a propulsión «hiperlumínica», la enorme distancia podía ser recorrida en poco más de siete meses, utilizando órbitas galácticas tipo «Kandem».