Kolmar avanzó hacia el muro de cristal carbónico.
Antes de llegar a él, se descorrió una puerta en forma de abanico que daba paso a una cabina irregular, con cabida para dos o tres personas. El muro ostentaba una placa, con números desde el uno al cero. También tenía letras.
Kolmar se limitó a pulsar los números uno, dos y siete.
Algo se debió de mover en alguna parte del edificio. Decían que no era el ascensor el que descendía hasta la planta, ¡sino que la planta ascendía hacia el ascensor o cabina! De un modo u otro, muy poca gente, dentro del edificio del gobierno, sabía en qué piso o lugar se encontraba.
Allí trabajaban unos cien hombres. Todos eran delegados del gobierno, y cada uno desempeñaba una misión específica, concreta. Jamás se veían unos a otros, ni siquiera se conocían, aunque las cabinas de traslados funcionaban constantemente, subiendo, bajando, o desplazándose horizontalmente dentro de la fabulosa colmena de silencio y misterio que era la sede oficial de la Zona Norte.