Joseph Hampton inhaló medio metro cúbico de gas. Sintió la energía extenderse por sus arterias y todo su ser revivió. Aún no estaba adaptado a su nueva constitución orgánica. Greet le había dicho que «pronto te sentirás como un terrestre, Joseph».
En realidad, no había diferencia externa alguna. Sin embargo, su poderoso cerebro no podía albergarse en un cráneo humano. Joseph, como Greet y otros, llevaba el cerebro en el pecho. La cabeza era simple accesorio, decoración.
Para mantenerse en actividad necesitaba gas «aedélico». Y Greet poseía buena provisión.