En el panorama de la física y la filosofía del siglo XX, David Bohm emerge como una figura de primer orden, capaz de traspasar las fronteras entre ciencia y espiritualidad. Sus ideas sobre el orden implícito y la holografía no sólo influyeron en el campo de la física cuántica, sino que abrieron nuevas vías al pensamiento filosófico contemporáneo.
Bohm nació en 1917 en Wilkes-Barre, Pensilvania, en el seno de una familia de origen judío. Al crecer en una época marcada por los conflictos mundiales y la agitación política -pensemos en la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial-, el joven Bohm desarrolló una curiosidad insaciable por el mundo que le rodeaba. Se doctoró con Robert Oppenheimer en la Universidad de Berkeley.
La revolución científica que caracterizó a la física cuántica en las décadas de 1930 y 1940 vio florecer teorías que desafiaban la intuición humana. Sin embargo, mientras muchos físicos se dedicaban a complicadas estructuras matemáticas, Bohm se centró en una idea sencilla pero profunda: la de un "orden implícito". Frente al "orden explícito", que representa la realidad manifiesta y observable, el orden implícito se refiere a un nivel más profundo de la realidad, una especie de orden subyacente que conecta todo lo que existe.
Esta idea es similar a antiguos conceptos de tradiciones filosóficas y espirituales, como el Tao del taoísmo o el Advaita Vedanta del hinduismo, que sugieren una especie de unidad fundamental entre todas las cosas. Bohm sostenía que nuestra percepción de la realidad es limitada y que la ciencia debería tratar de explorar las dimensiones ocultas para llegar a una comprensión más completa del universo.
Bohm no se limitó a elaborar teorías científicas; su deseo de diálogo abierto y sincero le llevó a colaborar con figuras como el filósofo Jiddu Krishnamurti, con quien mantuvo un largo y fructífero intercambio intelectual.
Queda una de las frases más memorables de Bohm:
"Nuestra visión del mundo se ve perturbada por la fragmentación entre las cosas y entre nosotros y lo que observamos".
Esta afirmación resume perfectamente su convicción de que, para comprender verdaderamente la realidad, era necesario adoptar un enfoque integrador y holístico.
Aunque Bohm estaba profundamente arraigado en la ciencia, su visión se extendía mucho más allá de los confines del laboratorio. En "The Wholeness and the Implicate Order", una de sus obras más famosas, publicada por primera vez en 1980, Bohm expone sus ideas sobre el orden implicado y la naturaleza de la realidad. En el libro escribe
"El holograma es un ejemplo de cómo cada parte contiene el todo. Cada información está implícita en cada parte y las partes dependen unas de otras".
La vida y obra de David Bohm nos invitan a explorar no sólo las leyes de la física, sino también las conexiones más profundas entre ciencia, filosofía y espiritualidad.
Las definiciones "epigráficas" de su itinerario humano podrían resumirse en estos términos:
Un pensador más allá de las fronteras: Bohm exploró lo que había más allá de las fronteras aceptadas de la ciencia, adentrándose en el terreno de la filosofía y la metafísica.
El físico de la totalidad: creía en una visión holística del universo, donde todo está interconectado, como expresa su teoría del orden implícito.
Un rebelde de la ciencia: sus ideas, a menudo en desacuerdo con el pensamiento dominante de su época, reflejaban un espíritu independiente e innovador.
Buscador de la unidad fundamental: Bohm pretendía descubrir la unidad oculta que subyace al mundo fenoménico.
Pionero del diálogo y de un nuevo humanismo: además de científico, Bohm promovió...