Aunque parezca una paradoja, fue a través de la literatura que llegué a Hopper. Fue en un libro de Raymond Carver, del que soy admirador, en el que conocí algunas pinturas de él que lo ilustraban. Me pareció entonces, y aún lo creo, que hay una conexión insoslayable entre ellos dos: Carver relata a Hopper y que Hopper pinta a Carver. Ellos muestran el revés de la trama del sueño americano, allí donde el tejido expone los hilos desprolijos, descoloridos y mal unidos. Un sueño con su carga de fracasados, excluidos, solitarios, insatisfechos, frustrados y gente triste; un sueño en el cual el éxito es pasajero y no se sostiene en el tiempo, donde los paisajes y las casas declinan cuando declina el esplendor de la voluntad que nunca perdura más de una generación y es intransmisible.
Hopper dijo una vez: "Yo sólo quería pintar la luz sobre el costado de una casa. Sabía que en la oscuridad y en la luz estaban las respuestas." En principio parecen un fin y una frase humildes, pero no lo son. Porque el efecto de la luz es el espíritu de todo lo que vemos y es la sustancia expuesta de lo que no vemos a primera vista. Una particularidad de Hopper es que captura la frágil brevedad de la belleza humana y la decrepitud y la monstruosidad agazapadas en el mero transcurso del tiempo. Todas las criaturas de Hopper muestran la perplejidad en sus miradas, la desilusión, la espera ansiosa y acaso inútil, la resignación o el agotamiento. En los paisajes naturales siempre hay un rincón oscuro y ominoso, como una amenaza latente. Los poemas de este libro son una manera más directa y explícita que la de Carver de parafrasear estas ideas sobre una obra de excepcional coherencia.
Horacio Martín Rodio